FECHA .03/04/2012.
Querido diario,
No sé muy bien cómo pasó, pero hoy fue la primera vez que me quedé después del colegio con las chicas. Me lo propusieron como si fuera lo más normal del mundo, como si ya fuera parte. Como si siempre hubiera sido parte.
Lucía me lo dijo entre clase y clase, mientras buscaba algo en su mochila:
—“Hoy venís con nosotras. No preguntes. Traé algo de plata.”
No pregunté. Ni para qué era, ni adónde íbamos. Solo dije “ok” y traté de que no se me notara lo rápido que me latía el corazón. No estaba asustada. Estaba… emocionada. Como si me estuvieran abriendo una puerta secreta.
Cuando salimos, caminamos sin apuro por unas calles que no conocía. Terminamos en lo de Brenda. Vive en un PH que comparte con su abuela, pero hoy no había nadie. Apenas entramos, se tiraron en los sillones y pusieron música fuerte. Yo me senté al borde, sin saber qué hacer con las manos. Me sentía extraña, pero no incómoda. Todo era desordenado, lleno de cosas viejas, pero tenía algo de refugio. De lugar propio.
Lucía sacó una botellita de plástico con algo que no era agua. Vodka con jugo, dijo. Mili sacó cigarrillos. Se pasaban todo sin hablar mucho. Era como un ritual. Algo que ya conocían de memoria.
Cuando me lo ofrecieron, dudé. Pero lo tomé. Solo un trago. Solo una pitada. Tosí, me reí, se rieron. Y ahí ya era una más.
Paula puso una playlist en su celular y empezaron a hablar de cosas que yo no entendía del todo: fiestas, chicos más grandes, lugares que nunca había pisado. Pero no me sentí afuera. Al contrario. Me miraban, me hacían preguntas, me decían:
—“Sos piola, Cami. Al principio parecías re callada.”
Y lo soy. Pero cuando estoy con ellas, algo se afloja. Como si pudiera sacar una parte mía que no conocía.
Volví a casa con olor a cigarrillo en la ropa. Mamá ya había llegado. Estaba cocinando algo rápido. Me preguntó dónde había estado. Le dije que con unas compañeras, que hicimos un trabajo práctico. No me creyó del todo, pero no insistió. Estaba demasiado cansada. Tenía los ojos rojos de sueño.
Ahora que lo escribo, me doy cuenta de que no pasó nada grave hoy. Solo estuve con gente. Me reí. Me sentí parte de algo. Pero hay algo en mí —una voz bajita— que me dice que esto es el principio de algo más grande.
No sé si bueno o malo.
Solo sé que quiero seguir siendo parte.
FECHA .17/04/2012.
Querido diario,
Hoy me salteé una clase.
Lo escribo y me parece una tontería. Como algo que muchas hacen. Pero para mí… fue más que eso. Fue como romper algo por dentro. Y no me arrepiento. O sí. No sé.
Todo empezó en el primer recreo. Estábamos en el patio, sentadas en el suelo, contra la pared del gimnasio. Lucía tenía una sonrisa de esas que te invitan a hacer lío.
—“Che, ¿y si nos vamos en la tercera?” —dijo, como si nada.
—“¿Adónde?” —pregunté.
—“¿Qué importa? Vamos al río. Está lindo el día.”
Y me miró. No como si me estuviera preguntando. Me estaba invitando.
Dije que sí. Así, sin pensar. Como si mi boca respondiera antes que mi cabeza. A la tercera hora, salimos por una puerta trasera que Paula sabe abrir sin que suene la alarma. Caminamos por calles que ya me empezaban a parecer familiares. Tomamos un colectivo y bajamos cerca del río, donde hay una barranca y unos árboles bajos que dan buena sombra. Se tiraron al pasto como si fuera su lugar en el mundo. Yo las seguí.
Había un poco de vodka en una botella, restos del otro día. Lo pasaron de mano en mano. Yo también tomé. Me ardió la garganta. Comimos papas fritas y galletitas, nos reímos de boludeces. No sé por qué todo era más divertido ahí. Tal vez por estar fuera, por romper las reglas, por sentir que estaba viviendo algo de verdad.
Pero cuando miré la hora, me agarró un nudo en el estómago. Era la hora de volver al colegio, pero yo ya no iba a volver. Y eso, aunque me hacía sentir grande, también me dio un poco de miedo. ¿Y si se enteran? ¿Y si llaman a mamá?
Volví a casa como si nada. Me lavé el pelo, me cambié de ropa. Le conté a mamá que tuve dos pruebas, que me dolía la cabeza, que todo normal. Ella me miró mientras lavaba platos y me dijo:
—“¿Todo bien, Camila?”
—“Sí, ma. Todo tranqui.”
Y ella asintió. Me dio un beso en la frente, y siguió en lo suyo. No sospechó. O no quiso preguntar más.
En mi habitación, me quedé mirando el techo un rato largo. Pensando en todo y en nada. No pasó nada grave. Solo fue una clase. Una salida. Un trago.
Pero siento que algo cambió.
Siento que ya no soy la misma.
Y no sé si me gusta o me da miedo.